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Tres monumentos
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El siguiente
texto surgió al preguntarme sobre el destino de las obras conmemorativas que se
crearon durante el 2010 a raíz del Bicentenario de la Independencia y el
Centenario de la Revolución: ¿cuántas de ellas van a prevalecer y cuántas van a
desaparecer? Para responder esta pregunta investigué tres monumentos que se
construyeron para celebrar un hecho histórico «relevante» y que luego
desaparecieron. El primero de ellos se edificó en el siglo XVI para conmemorar
la primer misa realizada en Fresnillo; el segundo se erigió en Zacatecas,
durante en el siglo XVIII, para celebrar la coronación del rey español Luis I,
y el tercero se levantó en el siglo XX para festejar los 450 años de la
fundación de la ciudad de Zacatecas. Aunque distantes uno de otro en tiempo y espacio,
comparten tres similitudes relevantes: celebraban un acontecimiento en un
principio importante y que pronto perdió su significado, los tres ya no representan
nada en la actualidad, y fueron demolidos por motivos que se conocen
perfectamente.
Puedo suponer las
causas que propiciaron la desconstrucción de significados que, a su vez,
precipitó la desaparición de estos monumentos. Para seguir existiendo, la humanidad
necesita cambiar, y estos cambios en las mentalidades, en las sucesivas
concepciones del mundo, determinan lo que se queda y lo que se va, cuáles símbolos
permanecen y cuáles desaparecen. El cuerpo es un
organismo vivo que registra acontecimientos, imágenes, sonidos, lo frío y lo
caliente, la humedad o lo seco, que escucha silbar el viento, huele el barro, a
la leña ardiendo o el petróleo de la estufa, el teñir de una campana, las
voces, los gritos, los cantos, los sermones en las misas, las coronaciones de
reyes, los aniversarios. Algunas de estas sensaciones se quedan y otras se van.
Algunos acontecimientos, marcados con tinta indeleble, no se borran por más que
uno lo intente, mientras que otros, para que no se olviden, necesitan ser
recordados mediante representaciones llamadas «monumentos» —una palabra que
proviene del latín monumentum y que significa, justamente, «recordar».
Quién o qué
decide en nuestro cuerpo, en mi cuerpo qué guardar o no en mi memoria, alguien
lo sabe, y que me lo diga, porque yo no. De un mismo hecho algunos guardan algo;
otros, nada. Ocurre lo mismo afuera de nosotros, en nuestros cuerpos
colectivos. Cada grupo familiar tiene en común una memoria y un olvido grupales, acontecimientos que se recuerdan con mayor o menor
fuerza y que van conformando la biografía de la familia, del apellido, de la
genealogía. Sucede igual con los pueblos, las ciudades, las naciones: cada una
de ellas tiene razones para recordar y motivos para olvidar los acontecimientos
que experimenta. Así ocurrió aquí, en el estado de Zacatecas, con los tres
Monumentos de los que hablaré enseguida. Para conmemorar tres acontecimientos
que se querían perpetuar en la memoria, los zacatecanos los erigieron con
esmero, con los materiales más resistentes e imperecederos. Pero olvidaron que
el cuerpo, individual o colectivo, donde se alojan nuestros pensamientos, es un
organismo que no dura muchos años, que se desgasta y muere, y que los nuevos
cuerpos poseen experiencias y vivencias propias y, por lo tanto, sus propios
registros, sus propias estatuas, sus propios monumentos. Para los nuevos
cuerpos, significan poco los viejos símbolos, las ideas ajenas, las memorias
obsoletas.
Estos monumentos representan
conceptos, maneras de ver el mundo. En cuanto cambian las maneras de «pensar»,
de concebir al universo, también se transfiguran las formas estéticas,
escultóricas o arquitectónicas. Algunas «formas» permanecen, como en el caso de
la columna o del obelisco, por su verticalidad y su aspiración a las alturas. Por
el contrario, los contenidos concretos, los temas que deseamos conservar cambian
con mayor frecuencia y profundidad sobre las coordenadas del tiempo lineal, el
tiempo histórico, el tiempo del calendario. Durante el año de
2010, se programaron en México una gran cantidad de eventos que celebraban los
100 años del inicio de la Independencia y los 200 años de la Revolución
Mexicana. Se acuñaron monedas, se publicaron libros y discos, se montaron
exposiciones y puestas en escena, se realizaron conferencias y desfiles; y, sobre todo, se modificó el «espacio», se
modificaron los lugares con la construcción de carreteras, caminos, puentes, presas,
calles, plazas y, por supuesto, monumentos conmemorativos, todo ello con el
propósito de que no pasen desapercibidos la «Independencia» y la «Revolución
Mexicana»; para que nuestros cuerpos registren hechos, acontecidos en el tiempo
pasado, para que queden grabados en nuestra memoria.
El más ambicioso de estos proyectos se
construyó sobre un antiguo barrio de indios donde se ubicaba la Hacienda
de beneficio de San José. Ahí se construyó primero la capilla del «Dulce Nombre
de Jesús», propiedad del señor Juan de Dios Ponce, y en el siglo XIX el
edificio conocido como «Casas Coloradas».1 Entre los años 1964 y 1965 se construyó ahí la Central de
Autobuses Foráneos, la cual fue demolida con explosivos el 25 de mayo de 2008
para erigir la «Plaza del Bicentenario y del Centenario»: una obra conmemorativa
que costó alrededor de 258.3 millones de pesos,2 y que alberga en su interior un
auténtico «Monumento al Carro»: un estacionamiento para 588 automóviles, nada
menos.
Aquí, como en los monumentos anteriores, el signo principal es la verticalidad, la altura, la columna, en este caso simbolizada por enormes chimeneas que representan los típicos «chacuacos» de las haciendas de beneficio. Las calles aledañas fueron alteradas también, a la manera de una escenografía, de un set cinematográfico que quisiera recrear un escenario mixto: el Zacatecas de ayer —la época virreinal con sus sermones lanzados desde el púlpito, sus extenuantes vía crucis, la sangre y las espinas, los escapularios y los cilicios— combinado con el Zacatecas de hoy —la modernidad, la postmodernidad, los huecos, los vacíos, la fragmentación, la globalización, la desconstrucción.
Pero regresemos a
nuestro tema, a los monumentos desaparecidos, para ver qué encontramos en los
vacíos que dejaron. El cronista de la ciudad de Fresnillo, el señor Carlos
Stefano Sierra (1916-1994) señala en una revista local que existió uno para
recordar la celebración de la «Primer Misa», erigido en las orillas de la
población: en la Plaza del Maíz hoy conocida como el Jardín Obelisco. No se
menciona la fecha, pero si consideramos que la fundación de Fresnillo data del
año de 1554 y que para 1568 ya existía «un cantón militar para contener a
los indios bárbaros que asolaban la ya muy transitada ruta de la plata y para
proteger a los mineros que recién habían descubierto las ricas minas de plata
de San Demetrio y del Cerro de Proaño».3 Para 1570, el cantón
militar se constituyó en Curato del Obispado de Nueva Galicia y, para 1580, en
Villa y Alcaldía Mayor del Real de Minas de Fresnillo. Estos hechos hacen
suponer que dicho Monumento además de sus características pertenece al
siglo XVI.
En un material
digital que me proporcionó el actual cronista vitalicio de Fresnillo, el señor
Rafael Pinedo Robles, menciona que se ignora el origen de esta construcción,
excepto que se le conocía como la «Columna
de los ángeles» o el «Monumento a los ángeles». Según su crónica, lo que
resta del mismo se encuentra en el
atrio del Templo de Santa Ana, ubicado en la calle Emiliano Zapata, perdido
entre la vegetación del pequeño jardín. También hace una descripción
física de esta columna dividiéndola en 6 secciones incluida la base y la corona
remate. Concluye su crónica señalando el peregrinaje que debió recorrer hasta
encontrar su lugar, a la manera del David de Miguel Ángel de Florencia que
también tuvo que peregrinar para encontrar su sitio definitivo». En este
recorrido esta «Columna de los ángeles» también visitó la ciudad de Zacatecas,
en los años 50, cuando fue colocada en la antigua «Plaza de las tunas», hoy
Jardín Morelos o Jardín a la Madre. (Imagen 2.)
Los ángeles de
esta columna debieron de sorprender enormemente a los «indios bárbaros» del Barrio Alto —donde también
habitaban los tarascos y tlaxcaltecas que arribaron a la ciudad junto con los
españoles. Estos ángeles en nada se parecen a los de Caravallo o Rafael, sino a los artesanos que los esculpieron. Más aún, al mirar esos
«vivos» retratos de indígenas, es obvio que sus escultores no se formaron en una
escuela privilegiada como el Calmécac, donde se
educaba a los sacerdotes, sino en las escuelas básicas denominadas Telpochcalli.4 En caso de haber
tenido alguna formación, ésta fue adquirida en su tierra de origen, como lo
manifiesta la falta de destreza en el canteado y labrado de la piedra, así como los toscos caracteres del rostro y sus
proporciones. En toda la región no se encuentra una pieza similar, construida
en torno al círculo como representación o símbolo de la perfección, de lo
divino, de la eternidad.
Aunque
últimamente se haya afirmado que no se trata de un monumento sino una «cruz atrial»,
este hecho no le restaría relevancia: simplemente por haberse construido ex
profeso para representar una idea, un pensamiento acerca de la divinidad, esta
obra se convierte en un monumento, una obra pública ideada y construida para «conmemorar»
un hecho religioso, un hecho que tiene que ver con lo divino.
Por su posición
estilizada y su poco relieve, las figuras de la sección 1 recuerdan a los
ángeles tallados en la ermita de Santa María de Quintanilla de las Viñas —en la
provincia de Burgos, España—, los cuales fueron realizados en el prerrománico,
durante el apogeo de la arquitectura visigoda en el siglo VII. Durante el
virreinato, en México existió un arte llamado peyorativamente «tequitqui» caracterizado por figuras talladas con poca
profundidad y trazo «deficiente».5 Aún si se tratara de una cruz atrial,
no tendría nada que ver con las cruces pasionarias del exconvento de San
Jacinto —ubicadas en San Ángel, ciudad de México—, ni con la del Santuario de
Guadalupe —en el Museo de la Basílica—, ni con la de Huichapan Hidalgo, ni con la
neoclásica del Colegio Apostólico de Propaganda FIDE de Guadalupe, Zacatecas. En
todo caso los ángeles de la sección 4 se parecen a los de la cruz atrial de
Santa María Nativitas en Aculco, construida en 1678, la cual tiene cuatro
atlantitos de talla similar, pero sin alas.6 Pero, lo reitero, ninguna
de estas obras se aproxima a la riqueza simbólica de nuestro monumento.
Más allá del campo de las fechas y las descripciones, podemos pasar al terreno de las interpretaciones, para intentar conocer qué querían recordar aquéllos que ordenaron su construcción. Mediante sus propios símbolos, estos hombres deseaban manifestar y señalar que los dioses prehispánicos habían cedido su lugar ante el Dios cristiano. Esta columna celebraba una transición de época, un cambio de mentalidad. Estamos ante un monumento que no tiene relación con lo humano ni con las cosas de este mundo, sino con lo intangible. A través de él se manifiesta el poder vigente y se testimonia la penetración de las ideas europeas en este continente. Simboliza además el término de la época medieval en Europa, el inicio de la contrarreforma en España y el surgimiento del cristianismo en América. Por estar cargado de un pensamiento que se aleja de este mundo, de lo perecedero de la carne, de los deseos y las pasiones, esta edificación se convirtió en un puente para que lo humano se conectara con lo divino, con lo sublime, con lo sagrado, lo cual le ha proporcionado un blindaje contra el olvido a lo largo de cuatro siglos .
En el siglo XVIII
se construyó otro monumento conmemorativo; Armando González Quiñones asegura
que en 1724, el segundo Conde de la Laguna, Don José de Rivera Bernárdez «Erigió
en el centro de la plaza, en honor al Rey Luis I un curioso obelisco de cantera»,7 el cual
permaneció en dicho lugar hasta fines del siglo, como lo muestra el plano que
trazó Bernardo de Portugal en 1799, donde el obelisco aparece dibujado, como
también aparece en el plano realizado por Joaquín de Sotomayor en 1732. El Archivo
Histórico del Estado de Zacatecas (AHEZ), en su fondo reservado Numero 37 —que
se encuentra totalmente saqueado— conserva tan sólo un dibujo a tinta sobre
papel pergamino del 25.5 x 17.0 cm. Al frente de la hoja se encuentra un alzado
—o vista— de uno de los cuatro lados del monumento, y al reverso una frase en
latín. Continuando con la investigación en el Archivo Histórico del Municipio
de Zacatecas (AHMZ) existe un libro denominado Miscelánea bibliográfica zacatecana
siglo XVI-XX, firmado por el copiador Armando González Quiñones. En este
libro se encuentra un artículo de 20 páginas escrito por Federico Sescosse, titulado Obeliscus Zacatecanus, que a su vez está basado en un texto compuesto por el mencionado Conde de Bernárdez. Ahí se cuenta cómo, en la plaza conocida en un
principio como «Plaza del Maestre de Campo»,8 se erigió «un
curioso obelisco de cantera, adornado en sus cuatro costados con jeroglíficos
egipcios, por lo que los zacatecanos comenzaron a llamarla Plaza del Pirámide».
La altura de la base era de 3.34 metros, la del fuste o cuerpo principal de
8.35 metros y la del piramidón, pirámide cuadrangular
o remate de 0.83 metros, es decir la altura total del obelisco fue 12.5 metros.
La base medía en su parte inferior 3.33 metros y en la superior 2.22 metros. El
monumento fue decorado con medallones, textos en latín y jeroglíficos egipcios.
Los adornos del
obelisco eran tan confusos e incomprensibles para los zacatecanos que el Conde
de Bernárdez se vio obligado a publicar en 1727 un impreso de 16 paginas donde daba una explicación de su contenido y de su
finalidad. De acuerdo con este impreso, la intención del obelisco era celebrar
el advenimiento al trono de Luis I, desearle gloria, esplendor y augurarle
triunfos y grandezas. En realidad estos glifos eran apócrifos, meras especulaciones
herméticas, considerando que la traducción definitiva de los jeroglíficos
egipcios se dio hasta muchos años más tarde con la traducción de la piedra de
la Rosetta, descubierta el 15 de julio de 1799 y descifrada por Jean -Francois Champollion en 1822.
Aunque no he
localizado ningún documento donde la corona española ordenara al virrey de la
Nueva España que organizara festejos por la designación del nuevo rey, localicé
en la red un artículo de Cristina Torres-Fontes Suárez, titulado Proclamación de Luis I
como rey de España en Murcia, donde se señala
de forma detallada todos los festejos que se realizaron en Murcia con motivo de
dicha proclamación, por lo que se deduce que algo similar debió de acontecer en
la Nueva España y por tanto en Zacatecas. Luis I fue un joven de 16 años que
llegó a ser rey de España, porque su padre Felipe V —que pretendía el trono de
Francia— abdicó a su favor el 10 de enero de 1724. Según Torres-Fontes, «en sus cortos 6 meses de reinado (14 de
enero de 1724 al 31 de agosto de 1724) ocasionado por su muerte prematura
(viruela), no tuvo tiempo de hacer otra cosa que celar a su infantil consorte
Luisa Isabel de Orleáns, francesa de 12 años, cuyas precoces costumbres
licenciosas fueran su única preocupación».9
Pero este obelisco
pudo también tener otros motivos, como el de celebrar el arribo al poder de los
Borbones, que destituyeron a la Casa de Habsburgo (o «de Austria») de la corona
española, y de manera indirecta para representar el inicio del pensamiento ilustrado
en Zacatecas. Tanto las reformas borbónicas como la difusión de la Ilustración implicaron
un cambio de mentalidades, de concepciones del mundo. Desde Felipe V en 1700
hasta Carlos IV en 1808, la dinastía borbónica propició que el pensamiento ilustrado
llegara a España y a todo su reino, incluyendo la Nueva España. A la iglesia se
le hizo responsable del fracaso del desarrollo «racional» de las naciones y se
le exigió que asumiera un papel más austero, más intimo y personal. Frente a la autoridad eclesiástica se contrapuso la Razón como
instrumento para obtener la felicidad de los hombres. En consecuencia, las
universidades que estaban en manos de la iglesia pasaron a formar parte de la
corona, las obras de Benito Jerónimo Feijoo combatieron las supersticiones, las
obras de los filósofos ilustrados, como Voltaire o Montesquieu, se tradujeron y
se difundieron rápidamente.
En Zacatecas, el
siglo XVIII fue conocido como el Siglo de Oro, pues el crecimiento de la
minería propició, entre 1700 y 1760, una notable recuperación económica: se
sabe que para 1732 había cerca de cuatro mil bocas de minas.10 Este
apogeo hizo embellecer la ciudad, se construyeron muchos edificios y se
reconstruyeron otros. En 1722, por ejemplo, se autorizó la construcción del «Colegio
de Niñas de los Mil Ángeles Marianos», erigido a instancia del primer
periodista de América Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche (1668-1733).11 Aunque el siglo
había iniciado con la edificación del Colegio Apostólico de Propaganda FIDE de
Guadalupe, en 1704, la iglesia y el estado rompieron sus lazos de unión. Con la
expulsión de los jesuitas de Zacatecas, en 1767, el reino de Dios inició su
ocaso, iniciando una nueva era —el reino del hombre— que se consolidaría en
1810 con el inicio de la Guerra de Independencia.
Desde los
primeros años de este siglo se expandieron los ideales de la Ilustración. El
racionalismo se difundió gracias a los jesuitas, quienes tenían el control de
la educación y pronto constituyeron una amenaza para la corona española puesto
que tenían una economía sólida: «las
haciendas propiedad de la Compañía de Jesús en Zacatecas fueron de las mas prósperas
de toda la Nueva España».12 Para contrarrestar su poder, fueron expulsados el 17 de junio
de 1767.13 Las reformas borbónicas se aplicaron más
estrictamente en la segunda mitad del siglo XVIII con la llegada de España, entre
1765 y 1771, de José de Gálvez y José de la Borda. Entre 1760 y 1808 se implementaron
cambios en materia fiscal, en la producción de bienes, en el ámbito del
comercio y en cuestión militar. En el aspecto comercial, se propusieron acabar
con los monopolios; en cuanto a la minería, se financió la producción, se
redujeron las cargas fiscales, se crearon bancos, se cambiaron las ordenanzas
mineras, se fundó una Escuela de Minas; en cuanto a lo militar, se
institucionalizó el ejercito.
Inspiradas en la Ilustración,
estas reformas estaban enmarcadas dentro del absolutismo monárquico y tuvieron
un éxito muy limitado. Aunque la tributación fiscal mejoró, afectaron por un
lado a los mineros zacatecanos —al reducirles el salario y quitarles la
«pepena» (o «partido»: una paga extra derivada de la plata que se recuperaba de los minerales
desperdiciados), y por el otro, generaron también descontento entre las
elites criollas locales, aumentando el descontento que aceleraría el deseo de
emancipación.
En resumen, el obelisco
dedicado al rey Luis I de España nos recuerda —dentro del vacío dejado por su
demolición— el pensamiento ilustrado que los Borbones fomentaron durante el
siglo XVIII.
Durante los
festejos realizados por el 450 aniversario de la fundación de Zacatecas, el 6
de septiembre de 1998 —doscientos setenta y cuatro años después del obelisco
dedicado a Luis I— fue inaugurado en la Plazuela de García un monumento
conocido oficialmente como «la Columna Zacatecana—monumento conmemorativo del
450 aniversario de la fundación de Zacatecas». Según el cronista e historiador Manuel
González Ramírez, «el comité organizador de la celebraciones y el gobierno
del estado promovieron la construcción de un testimonio artístico que hiciera
alusión al suceso que dio origen a esta ciudad».14 Inspirada en la
columna que construyó el emperador romano Trajano del año 114 (de 30.0 metros
de altura y 4.0 metros de diámetro) la columna zacatecana tenía 13.4 metros de
altura y 2.0 metros de diámetro. En el fuste escultórico se narraba la «síntesis
histórica de Zacatecas en 22 capítulos a través de una espiral ascendente
tallada en cantera rosa, era prácticamente un libro de piedra que no necesitaba
letras para leerse y describir nuestro pasado»,15 continua
mencionando Manuel González en una de sus declaraciones periodísticas. De
acuerdo con este cronista e historiador, el concepto del monumento fue
desarrollado por los doctores en historia José Enciso Contreras y Francisco
García González, junto con el arqueólogo Peter Jiménez. Su costo fue de
aproximadamente 2.7 millones de pesos.
Durante el
proceso de esta investigación hasta esta fecha no se han podido averiguar los
motivos que justificaron la desaparición del monumento. En el Ayuntamiento de
Zacatecas no se conserva ninguna acta de cabildo sobre el asunto, y en la Junta
de Protección y Conservación de Monumentos y Zonas Típicas del Estado de
Zacatecas —presidida por el Ing. Rafael Sánchez Preza—
se carece de cualquier expediente, archivo o documento relacionado con la
desaparición de este inmueble. El INAH no autorizó su construcción pero tampoco
cuenta con ningún expediente al respecto. Existe, sin embargo, un expediente
—el número 304— presentado por el Ayuntamiento de Zacatecas para la
regeneración de la Plaza, que propone la
demolición del mismo. Este proyecto fue autorizado por el INAH mediante el oficio no. CINAHZ-JUR237/06. Obras Publicas del Estado señala que la
población nunca estuvo de acuerdo con la construcción de la columna, que se
levantaron encuestas y que en base a este desacuerdo se optó por su
reubicación. También se menciona que estaba «muy feo», que estilísticamente era
muy pobre, la población ya lo había rebautizado con el nombre de «La jeringa» o
el «Monumento al viagra». Para festejar los 460 años de la fundación de
Zacatecas, en el año 2006 se procedió por instrucciones del alcalde Gerardo
Félix Domínguez su demolición. Los restos de este monumento se encuentran en
las oficinas del Secretario de Obras Publicas
del Municipio y otra parte en un predio del Ayuntamiento, a un costado de la Central
de Abastos, en calidad de escombros.
Aunque fue muy
distinta la intención de estos tres monumentos, su desaparición fue muy similar.
La Columna de los Ángeles tuvo que ver con el pensamiento religioso que
constituyó la idea dominante de su época, ubicada entre el fin del medievo y el inicio del Renacimiento; por su
parte, el Monumento a Luis I celebra a la monarquía absolutista y su
iconografía está relacionada con las reformas borbónicas, la Ilustración, la
separación entre la iglesia y el estado, con la razón instrumental, con el
inicio de los movimientos emancipatorios; finalmente,
el Monumento a los 450 años de la fundación de Zacatecas reflejó el pensamiento
y las contradicciones de la sociedad actual, con su apuesta por la razón, la ciencia,
la tecnología, y la muerte de Dios. El final de estos tres monumentos nos
indica que la su demolición equivale a la demolición de las ideas del pasado,
de Dios, de la vida eterna, del «pienso luego existo», de la razón, la ciencia, el progreso
y la democracia; la demolición de los sucesivos mega relatos de la Historia.
En esta época, mientras
presenciamos una profunda y creciente desconfianza hacia el concepto de la historia,
las promesas de la tecnología o las teorías científicas, sucede que a veces se disfruta
mejor el silencio que la «música», las hojas en blanco que las páginas
impresas. Acaso por la misma razón podemos encontrar más ideas, más
pensamientos, más información en lo que ya no existe, en las cosas que dejaron
de ser, que en la «realidad» actual. Aunque parezca extraño, los monumentos conmemorativos
nos hablan más cuando han desaparecido.
NOTAS
1. Secretaría de
Obras Publicas del Gobierno del Estado, CD Drive, «Plaza Bicentenario
(descripción)», 29 marzo 2010.
2. Secretaría
de Obras Publicas del Gobierno del Estado,
CD Drive, «Plaza Bicentenario (cuadernillo)», lamina 39, 11 noviembre 2009.
3. Asociación Fresnillense de Estudios Históricos y Actividades Culturales, Memoria del IV foro para la
Historia de Fresnillo, Ayuntamiento Municipal 1992-1995, Stephano Impresiones de Fresnillo, Fresnillo, 1994, p. 98.
4. Reyes-Valerio, Constantino, Arte Indocristiano, INAH, Colección Obra Diversa,
México, 2000, p.31.
5. Ídem, p. 75 foto 19; pp. 198 y
199, foto 54; p. 241.
6.
«La cruz atrial de Santa María Nativitas», en http://elaculcoautentico.blogspot.com/2009/03/la-cruz-atrial-de-santa-maria-nativitas.html.
7. González Quiñones, Armando, Miscelánea bibliográfica zacatecana, siglos XVI-XX, Vol.I, Serie Elías Amador, Crónica Municipal de
Zacatecas, Zacatecas 2000, p.79.
8. Ídem, pp.79
9. Torres-Fontes Suárez,
Cristina, «Proclamación de Luis 1 como Rey
de España en Murcia» en http://revistas.um.es/imafronte/article/view/39811
10. Ramos Dávila, Roberto, Zacatecas Síntesis Histórica, Centro de Investigaciones
Históricas. Gobierno del Estado de Zacatecas, Zacatecas, 1995, p. 72.
11. Ídem, pp. 70 y 71.
12. Recéndez Guerrero, Emilia, Zacatecas: la expulsión de la Compañía de Jesús (y sus
consecuencias), Universidad Autónoma de Zacatecas, Instituto Zacatecano de Cultura «Ramon López Velarde», Zacatecas, 2000, pp. 16.
13. Ídem, p.71.
14. González Ramírez, Manuel, La suerte de tres monumentos «feos», texto sin publicar y sin fecha.
15. González
Ramírez, Manuel, en entrevista con Alfredo Valadez, Periódico Imagen, nota
del 28 de septiembre de 2007.
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